PENSAR DESPUÉS DEL BIG DATA
POTENCIAS DE LA FILOSOFÍA ANTE LA ERA DIGITAL
ARTÍCULO PUBLICADO EN LA REVISTA DEL IES “A PINGUELA” DE MONFORTE DE LEMOS, LUGO. AÑO 2017.
MANUEL CEBRAL LOUREDA
Filosofía * AI * Machine Learning * Heidegger * Deleuze * no-pensado
RESUMEN
La Filosofía puede seguir formulando preguntas pertinentes en nuestra época, incluso aún más, ante la nueva revolución digital. Si bien la Inteligencia Artificial y el Machine Learning son cada vez más capaces de replicar el pensamiento y acercarse a una formulación no sólo lógica sino incluso conductual mediante aprendizaje complejo y profundo; quizá por ese mismo motivo sale a la luz el hecho de que lo propiamente humano no se reduce a la formulación de pensamientos o ideas sino que hay algo anterior, que a su vez los condiciona. Desde las filosofías de Heidegger, Ortega y Gasset, Foucault, Deleuze, Spinoza o Artaud, trato de dar claves para entender qué nos hace falta para pensar en los próximos años.
Pero el ser humano incluye en su propia denominación la capacidad de pensar, y esto con razón. Él es, en efecto, un viviente racional. La razón, la ratio, se desarrolla en el pensamiento. Como el viviente racional, el ser humano ha de poder pensar, con tal de que quiera hacerlo. Pero quizá el ser humano quiera pensar y no lo logre. A la postre, en este querer pensar pretende demasiado y, por ello, puede demasiado poco.
(HEIDEGGER, M. [1954] 2005)
Pensar, ¿qué significa pensar? Si bien Heidegger trató de precisar esta pregunta durante el S.XX, podríamos hoy revisar su alcance y vigencia, dadas las nuevas condiciones a las que se enfrenta hoy el pensamiento. ¿Piensan las máquinas? ¿Pensamos nosotros ante ellas y en el nuevo y emergente orden? Ambas cuestiones no dejan de ser complejas y menos evidentes de lo que muchas veces nos podría parecer. Las máquinas piensan, efectivamente, o si no lo hacen, se acercan mucho; ¿cómo entendemos sino el fenómeno smart? ¿Qué estamos diciendo cuando hablamos de un teléfono o una ciudad inteligente? Vamos a repasar también lo que nos decía otro filósofo, esta vez español, que para muchos fue precisamente el Heidegger latino. Para otros incluso más profundo y perspicaz, Ortega y Gasset define, no tanto el pensar como, la inteligencia:
Inteligir es discernir, distinguir, preocuparse por lo distinguible, lo distinguido y lo distinto. Inteligir es aceptar y explorar la diversidad del mundo, en todo lo que tiene de inteligible (valga la insistencia) y también de enigmática, ya que el primer acto de la inteligencia es la admisión de lo que podemos y no podemos entender […] El creer que todo es inteligible o que nada lo es nos conduce a la confusión, el trance o el éxtasis, pero no al conocimiento […] Vaya lo anterior para volver al par inicial. La elegancia, en efecto, parece una cualidad personal, íntima, que se proyecta hacia el afuera una vez que ha arraigado en el adentro. Se es elegante como se es inteligente, por una vocación selectiva. Nada menos elegante que el esfuerzo por aprender la elegancia, la constitución de un código de la elegancia.
(ORTEGA Y GASSET)
Según Ortega y Gasset, podríamos definir la inteligencia como esa capacidad de elegir, de escoger, de discernir. Pero es que discernir ya lo hacen las máquinas: sensores fotoeléctricos, acelerómetros, sensores de orientación, gps, esto forma parte ya del equipamiento que porta un smartphone corriente. Pero pensemos todos los sensores que podríamos instalar en una ciudad: para medir datos climáticos y ambientales, pero también humanos y sociales: acceso de personas a lugares, registros e interacciones humanas con máquinas expendedoras de todo tipo de bienes y servicios; una ingente cantidad de información disponible, seleccionada y procesada también por máquinas que a su vez pueden activar y/o controlar mecanismos, dar avisos, monitorizar hábitos, tendencias, peligros, umbrales, zonas. ¿Qué inteligencia puede salir de ahí? O más bien, ¿qué es la inteligencia con respecto a esta información?
Los sensores nos hacen inteligentes, o por lo menos hacen inteligentes a las máquinas. Los sensores seleccionan, distinguen, discriminan la informaciòn y el medio. Hacen que todo lo que es para nuestros sentidos potencialmente confuso (la oscura noche hegeliana del Ser en la que todos los gatos son pardos) pase a ser diverso, diferenciado, cualificado. Nuestra inteligencia, la inteligencia humana, quizá ya no sea tanto discernir, o por lo menos no podemos competir con la capacidad de discriminación sensible que tienen cada vez más las máquinas. A ello hay que sumarle su potencial de cálculo, cada vez mayor; su capacidad de memoria, desde hace algunos años en aumento exponencial; y el desarrollo de la propia computación y el cálculo como disciplina, depurando algoritmos y acoplando técnicas que permiten penetrar la información prácticamente sin límites. ¿Dónde nos posicionamos entonces? ¿Qué es la inteligencia y qué significa pensar ante esta nueva emergencia? ¿Está la inteligencia en el acto de la selección, la coordinación, la exposición de datos y la extracción (minería) de sus características? ¿O es más bien una característica específicamente humana, volitiva, afectiva, insustituible por cualquier cálculo algorítmico por muy complejo y preciso que sea?
Para ser capaces de pensamiento hemos de aprenderlo. ¿Qué es aprender? El ser humano aprende en cuanto pone su hacer y omitir en correspondencia con lo que de esencial se le adjudica en cada caso. Aprendemos el pensamiento en la medida en que atendemos a lo que da que pensar.
(HEIDEGGER, M. [1954] 2005)
Y esto, sin duda, da qué pensar. Da qué pensar el hecho de si realmente pensamos. Rodeados como estamos cada vez más de tecnología, que acumula, procesa y emite información; ¿dónde queda la capacidad de pensamiento humano? O mejor, ¿para qué sirve? ¿Pasa a ser el pensamiento y/o la inteligencia, un recurso, hasta ahora exclusivo de la especie humana, que ahora también se puede automatizar? Pensemos en la fuerza de trabajo o la capacidad de transformación manual, artesanal, que Karl Marx denunció como algo esencial y definitorio del ser humano, viendo cómo era arrebatado por la industria moderna y las máquinas en la revolución industrial. Denunciamos entonces una intromisión de la técnica en un área hasta entonces exclusivamente humana: el trabajo técnico y cualificado, el conocimiento de un material y sus posibilidades de transformación artesanal. ¿Estamos ahora ante un nuevo desplazamiento? Quizá no tanto en el trabajo (aunque también, y en todas partes comienza a oírse la pérdida de gran cantidad de puestos que implicará la Revolución Digital) sino más allá aún, su intromisión en nuestras vidas y cualidades sociales, administrativas e incluso afectivas. Lo que hasta entonces era territorio ajeno a la técnica: los gustos, las decisiones, las evaluaciones, las deducciones; ahora es accesible, en principio, a las máquinas de cálculo. Los nuevos algoritmos nos aconsejan amistades y tendencias, evalúan situaciones y encuentran causas jamás sospechadas por los humanos. La ciencia ficción comienza a fantasear con reproducir comportamientos, actitudes y en definitiva éthicas; lo peor, es que, verdaderamente, no lo vemos tan lejano.
Todo lo que pone pensativo da que pensar. Pero este don se confiere solamente si lo que pone pensativo es de suyo lo que ha de pensarse. Ahora y a continuación, a aquello que ha de pensarse siempre, desde antiguo y antes de cualquier otra cosa, lo llamaremos lo más merecedor de pensarse. ¿Qué es lo que más merece pensarse?¿Cómo se muestra en nuestro tiempo problemático? Lo que más merece pensarse en nuestro tiempo problemático es el hecho de que no pensamos.
(HEIDEGGER, M. [1954] 2005)
ANTES DEL PENSAMIENTO
Hay, según Heidegger, una sustracción común en Mitos y en Logos; no son dos procesos antagónicos, como ha se pretendido en la historiografía filosófica, sino que comparten algo en común. Hay un espacio de pérdida, un vacío común y anterior, una potencia que ambos conceptos quieren, de algún modo, reapropiar(se). Para Heidegger, recuperar el pensamiento puede tener que ver entonces con recuperar el Mito, o por lo menos la memoria de ese espacio común y anterior que comparten Mito y Logos.
Memoria es la concentración del pensamiento en aquello que por doquier haya podido ser pensado ya. Memoria es la congregación del pensamiento. Ella abriga en sí y esconde lo que en cada caso ha de pensarse antes en todo aquello que llega a estar presente, en aquello que, siendo, otorga el haber sido. La memoria, la madre de las musas, el recuerdo de lo que ha de pensarse, es la fuente de donde mana el pensamiento. Por eso, la poesía es el agua que a veces corre hacia atrás, hacia la fuente, hacia el pensamiento como recuerdo. Mientras creamos que es la lógica la que nos instruye sobre lo que es el pensamiento, seremos incapaces de pensar en qué sentido todo poetizar descansa en el recuerdo.
(HEIDEGGER, M. [1954] 2005)
Heidegger separa así de la capacidad lógica hacia esa otra potencia del pensar: un ámbito más allá de lo racional y de nuestra capacidad de análisis, un otro ámbito anterior en algún sentido, vinculado a la memoria. Pero ¿qué clase de memoria? ¿Tiene que ver con el hecho de que también nuestras máquinas aumentan exponencialmente y de manera asombrosa su capacidad de almacenamiento de información? ¿Es esa memoria? Evidentemente no. Es más bien lo contrario. Si algo defiende Heidegger es una memoria acerca del Ser, como preámbulo a todo darse óntico, a toda cosa. El pensamiento de Heidegger reclama una mirada hacia el fundamento ontológico de lo óntico; es decir, aquello que hace que todas las cosas sean, las cosas con las que se encuentra la ciencia y la técnica, descansan sobre un ámbito del pensamiento que como tal, permanece no-pensado todavía. Y eso es lo que los griegos llamaron Ser.
Las posteriores lecturas y críticas a Heidegger, la evolución con respecto al mismo, donde se da probablemente con más éxito es en Foucault y Deleuze. Se trata ya de un pensar post-estructuralista de esas condiciones ónticas de existencia en cada época; ambas herencias se acercan al ámbito de lo anterior a nuestro (aparente) pensar óntico. Asumen que hay un plano anterior, un instante diferente en algún sentido que ha quedado sin pensar y que de hecho ha posibilitado el pensar mismo. La diferencia está en que estos nuevos acercamientos ya no se conforman con la sugerencia y la invocación de ese espacio, ni lo confían a la Poesía o el Mito. Por el contrario, su obsesión será la de darle un carácter analítico a sus propuestas.
Foucault primero, y sobre todo después, Deleuze-Guattari, tratan de recuperar una analítica, o incluso de inaugurarla, a medio camino entre el humanismo y la ciencia. Constituir más que una ciencia, un método (aunque sin el sesgo fundamentalista que pretendió la Fenomenología de Husserl). Foucault se encuentra así con la arqueología, un nuevo método de análisis histórico que examina condiciones de existencia en cada época o “máquina social”. La Arqueología del Saber examina las condiciones de posibilidad del saber, el modo en que cada época “lo organiza, lo divide, lo distribuye, lo ordena, lo reparte en niveles, establece series, distingue lo que es pertinente y lo que no lo es, señala elementos, define unidades, describe relaciones”. Deleuze-Guattari desarrollan por otro lado, su Esquizoanálisis; lo que comienza siendo una crítica al psicoanálisis, termina encontrando en la creatividad y hasta la esquizofrenia las verdaderas y no-pensadas condiciones de posibilidad del pensamiento. Sus propuestas derivan así hacia una pragmática-analítica del deseo que tiende a favorecer estas condiciones de posibilidad. Pero incluso el propio delirio, el “devenir-loco”, la fuga o la esquizofrenia como proceso llegan a ser propiamente las cargas virtuales (ni fácticas ni actuales) generadoras del sentido: “el inconsciente construye máquinas, que son las del deseo, y cuyo uso y funcionamiento el esquizoanálisis descubre en la inmanencia con las máquinas sociales. El inconsciente no dice nada, maquina. No es expresivo o representativo, sino productivo. Un símbolo es únicamente una máquina social que funciona como máquina deseante, una máquina deseante que funciona en la máquina social, una catexis de la máquina social por el deseo”.
El problema es que por veces, tanto el programa foucaultiano como el deleuziano, terminan siendo víctimas de sí mismos. Quizá se podría entrever desde la propuesta inmanente de la resistencia. La maquinaria socio-técnica y pro-capitalista, termina ya no por conjurar o desplazar el deseo sino que finalmente, consigue dar una imagen complaciente de aquello mismo que el deseo trata de evitar y fugar. La nomadología se convierte en axioma; el desplazamiento, la creatividad y la conectividad pasan a ser la doctrina flexible del www-mundo-conectado, al mismo tiempo que no se termina de entender el esquizoanálisis como análisis y crítica de los microfascismos. No todo devenir molecular (devenir-loco antes) es positivo en valores absolutos sino que, más bien, todo el potencial deleuziano está limitado a su propia relatividad. Surgen de este modo a día de hoy lecturas de alerta ante este hecho; reivindicaciones del carácter más oscuro, libertario, afásico, disruptivo del pensamiento que quizá mejor explique el cambio de siglo. Andrew Culp escribe en Oscuro Deleuze:
El desatado optimismo de la conexión ha fracasado. Las zonas temporalmente autónomas se han convertido en zonas económicas especiales. Las consecuencias materiales de la conectividad son claras: terror a la exposición, difusión del poder y sobresaturación de información.
(CULP, A. 2016)
EL AFECTO Y EL PENSAMIENTO
Si nos remontamos un poco en la tradición filosófica, podemos encontrar casos en los que efectivamente se vincula la inteligencia y el pensamiento al afecto y nuestra capacidad sintiente. Un claro ejemplo y uno de sus grandes baluartes es sin duda Baruch Spinoza. Recordemos que para él el verdadero signo de la verdad que llega al ser humano está en el sentimiento de alegría y de tristeza. Aunque parezca algo meramente físico, hay una conciliación metafísica en el sentimiento de la alegría o la tristeza. Spinoza recupera de esta forma el cuerpo y la naturaleza como atributos directos del ser, no como sombras o proyecciones, no como pseudo-substancias cartesianas, sino como Dios/el Ser mismo, y nos da claves en este sentido de una concepción íntegra de la inteligencia en el ser humano. Pensar no se reduce sólo a cálculo; la reducción o el reductivismo científico-moderno del pensamiento a las cualidades de la materia deja fuera la percepción de las causas primeras, que sin embargo están presentes en el afecto, la alegría y la Ética en definitiva como ciencia primera del Ser. El Ser se expresa para nosotros, los seres humanos, éticamente; o mejor, éticamente, gozando del Bien, lo expresamos.
El pensar es un atributo del Ser, como la materia, a la misma altura, luego como el afecto. Ver que todo conduce a lo mismo, es acercarse más al Ser mismo. Sin embargo, hasta esto se va a poner hoy en día en duda, porque efectivamente el afecto se reproduce también por algún resorte nervioso, aún sin ser un cálculo lógico, una operación exactamente computacional, podría ser emulado, no sólo en un sentido mecánico, duro (hardware) de respuesta; sino en un sentido algorítmico, blando, por aproximación y umbrales de aprendizaje. El Machine Learning y la Inteligencia Artificial parecen no tener límites en lo que ya se está denominando Deep Learning. ¿Podrían entonces aprender las máquinas hasta las conductas de la ética spinoziana: los afectos de tristeza y alegría?
“Cuando hablas con tu teléfono móvil, es una red neuronal la que está reconociendo las palabras. Cuando buscas una fotografía de un abrazo en tu colección personal, una red neuronal reconoce el abrazo. Cuando usas Google para traducir entre chino e inglés, es una red neuronal la que está haciendo la traducción […] No creo que la tecnología tenga límites intrínsecos. Cualquier cosa que hacen nuestros cerebros puede ser hecha por una red neuronal artificial, siempre que sea lo suficientemente grande y podamos averiguar cómo entrenarla. Depende de nosotros, decidir cómo queremos limitar su poder”
(FERNÁNDEZ, J. 2017)
De nuevo entonces tenemos que pensar la diferencia; precisarla más. ¿Dónde estaría lo específicamente humano? Si es que queda algo… Si ya no sólo es procesar de manera “rígida” la información, sino también emular cualquier conexión de redes neuronales, lo que se está insinuando es que se pueden efectivamente reproducir los comportamientos, las éthicas, las emociones, como conjuntos de redes neuronales artificiales. Más allá de la gran duda metafísica según la cual, si nosotr@s hemos creado algo, no puede superarnos o eso mismo somos nosotros, etc; el propósito de este artículo era preguntarse si hay algo que se escapa a esa lógica, si queda un espacio irreductible, anterior, una base sobre la que surge, ya no el pensar, sino toda posibilidad de pensar. Y si es así, ¿en qué consiste?
En línea con esta idea, está aquella de Artaud, de remontarse a un antes del pensamiento, al momento en el que todavía no está formado, hacia lo que no tiene forma y es abrupto, afásico, hacia una potencia no-pensada propiamente ni pensable. Si bien las redes neuronales pueden reproducir un pensamiento, incluso más que una cadena lógica, pueden aprender de manera aproximativa y compleja, reconocer patrones, etc. queda la fuerza abrupta que efectivamente hace eso, y que en el caso de la máquina, no cabe duda que corresponde al ser humano. Pues ahora sí, somos nosotros los que las programamos y los que las permitimos. La Filosofía como Amor a la Sabiduría no es la consumación de pensamiento sabio, ni exactamente la elaboración de pensamientos; sino su antesala, su pro-posición, el gesto inmenso que contiene toda articulación lingüística y que conecta, en la Historia, un pasado con un futuro. Y da igual ya si la escribimos con mayúscula o con minúscula, o si preferimos hablar de devenir. Lo que está en juego a día de hoy parece que es ya no el pensar, que al fin y al cabo, hasta lo pueden hacer las máquinas, sino su posibilidad y su potencia, saber lo que significa, permitirnos el tiempo y el espacio para que de hecho exista y se produzca. Efectivamente, en esto, de nuevo, nos volvemos a acercar a los griegos y a la Filosofía como método y potencia.
REFERENCIAS
- CULP, A. 2016. Oscuro Deleuze. Traducción de Ernesto Castro. Madrid: Melusina.
- DELEUZE, G. – GUATTARI, F. 1973. Antiedipo, capitalismo y esquizofrenia. Traducción de Francisco Monge. Barcelona: Barral
- FERNÁNDEZ, Javier G. “El límite de la inteligencia artificial lo marcamos nosotros” El Mundo. Economía Digital. http://www.expansion.com/economia-digital/protagonistas/2017/03/28/58d4f87ee5fdea284d8b4612.html 2017.
- FOUCAULT, M. 1969. L’archéologie du savoir. Paris: Gallimard.
- HEIDEGGER, M. (1954) 2005. ¿Qué significa pensar? Madrid: Editorial Trotta.
- her (2013) Dir. Spike Jonce. Perf. Joaquin Phoenix, Amy Adams. Annapuma Pictures. 2013. Film.